miércoles, abril 04, 2007

Albricio Zapatetas (Parte I)

Albricio Zapatetas, nacido contradicción, nunca encontró un sitio en este mundo. Su madre, húngara de nacimiento pero criada en la Barcelona húmeda y dividida de los años 60, decidió hacerle caso a su padre, inmigrante perpetuo, y ponerle al niño un nombre español, bien español. El padre estuvo menos de seis meses y después desapareció, para inmigrar en algún otro lado, o en alguna otra mujer, mejor dicho, pero a Albricio se le quedó el nombre para siempre porque los nombres no migran. Al menos no tanto.
Así Albricio se crió en unos callejones magníficos, con charcos en los que chapotear y con cajas de cartón con las que hacer castillos con sus amigos, con edificios vacíos en los que esconderse a fumar cuando era un chaval, y con rincones oscuros y portales con luces fundidas en los que sobarse cuando ya lo era menos.
Su madre no tenia oficio que él supiera, pero nunca faltaba un plato en la mesa. El problema era que a veces sí sobraba el padre de turno. Porque a Albricio le gustaba estar con su madre cuando estaban a solas, cuando le contaba viejas historias húngaras como la de la bruja y el emperador, o la del árbol que se sentía solo en medio del bosque, pero no le gustaba su madre cuando le sonreía a algún desconocido, o cuando se traía a casa a alguno que olía más a aguardiente que a otra cosa. Y eso, desgraciadamente, era muy a menudo. De modo que, cuando el ambiente en casa no le caía con gusto, Albricio se bajaba a la calle y, en plena noche, echaba a andar hacia el puerto.
Por si alguno no lo sabe, el puerto de Barcelona ha sido siempre un refugio. Desde expediciones romanas que se encontraban con íberos en el Turó de la Peira y bajaban a refugiarse debajo del Mons Taber, hasta travestidos y putas que huían de los defensores a sueldo (siempre a sueldo) de la moralidad y se refugiaban en los estrechos callejones del barrio chino.

2 comentarios:

sagui dijo...

Stuche:
Eres_un_genio.Aunque no siempre te entienda.

Anónimo dijo...

Ya estoy deseando leer la segunda parte. Un beso