jueves, julio 28, 2005

Imaginaba

Imaginaba en un recuerdo. O era un sueño. Imaginaba la amable curva que la silueta de sus dedos dibujaba a través de sus párpados cerrados cuando le acariciaba los ojos y él simulaba estar dormido en esas mañanas en las que ninguno de los dos se levantaba temprano y los jefes llamaban preocupados porque no habían aparecido por la oficina y sonreía ante semejante mentirijilla y él sabía que ella sabía que él no estaba dormido.

domingo, julio 10, 2005

Historia de amor

Un día, Salvador, solo, escuchando música, adivinó que una era la mujer de verdad, la original, de la que todas las otras procedían. Vulgares imitaciones, copias de un modelo al que poco faltaba para clavar sus raíces en la profundidad de lo divino. Eran siluetas en papel carbón de sus caricias. Eran agujeros donde sus ojos habían mirado alguna vez, hacía ya mucho tiempo. Eran huellas en húmedas calles por las que ella había caminado.
Estaba asustado, claro. Las revelaciones no son cómodas y dejan un regusto amargo, un sueño nervioso, le dejan a uno colgada a la espalda la pesada carga que es la responsabilidad. La responsabilidad de saber. Acuciada además por la imposibilidad de comunicar en un caso como el de Salvador, porque imposibles de encontrar eran las palabras que describieran la visión, la comprensión de que todas ellas eran herederas de Ella.
Miraba el techo y cerraba los ojos de vez en cuando. Pensaba. Trataba de recordar pero la imagen, vana aproximación a la idea, se le escapaba de entre los dedos. Cuanto la echaba de menos, cuanto. Acababa de verla por primera vez, ni siquiera verla, acababa de comprenderla por primera vez, y quería más. No podía conformarse con descendientes aguadas e insípidas, con los vacíos aspavientos de resentidas deudoras que le confundían y maltrataban. En él crecía la necesidad de saber más sobre las líneas maestras de aquel plan.
De repente, una terrorífica duda creció a través de sus pies hasta la columna vertebral y le produjo un escalofrío. Él era también quizá una burda copia del hombre original. Una silueta reptante entre callejones de vulgaridad y mal gusto. Una sombra donde antes hubo un beso. Una mala copia, además. No tendría él oportunidad de hallarse entre los brazos de tan alta dama, pues de ello no era merecedor. Una historia de amor muerta, como todas, antes de empezar, pensó Él.
Todas las historias de amor nacen muertas porque son reflejos de la historia de amor original, verdadera, de la que todos somos hijos e hijas, una historia de amor de final trágico y buscada muerte, una historia de amor prohibido, hermosa, incomprensible, inabarcable, insaciable. Una historia de amor que, negándose a desaparecer marcada por la muerte de los amantes en tan desgraciado encuentro, se repite una y otra vez hasta el infinito, revive en nosotros, aunque nosotros, vulgares calcos desgastados por el paso del tiempo, no siempre seamos capaces de sentirlo.