martes, agosto 28, 2007

Fragmento de "Trópico de Capricornio", de Henry Miller

Laura, la ninfómana, baila la rumba, con el sexo exfoliado y retorcido como la cola de una vaca.
La danza del sábado por la noche, la danza de melones que se pudren el cubo de la basura, de moco verde fresco y ungüentos viscosos para las partes tiernas. La danza de las máquinas tragaperras y los monstruos que las inventan. La danza de los revólveres y los cabrones que los usan. La danza de la cachiporra y los capullos que golpean sesos hasta convertirlos en un pulpo de pólipo. La danza del mundo del magneto, la bujía que no hace chispa, el suave zumbido del mecanismo perfecto, la carrera de velocidad en una plataforma giratoria, el dólar a la par y los bosques muertos y mutilados. El sábado por la noche de la danza vacía del alma, en la que cada bailarín que brinca es una unidad funcional en el baile de San Vito del sueño de la tiña.
Laura, la ninfómana, esgrimiendo su vagina, con los dulces labios de pétalo de rosa dentados con garras de rodamiento de bolas y culo como una articulación de rótula. Centímetro a centímetro, milímetro a milímetro empujan por la pista el cadáver copulador. Y después, ¿zas!. Como si desconectaran un conmutador, cesa la música de repente y con la interrupción los bailarines se separan, con los brazos y las piernas intactos, como hojas de té que bajan al fondo de la taza.

martes, agosto 14, 2007

Merendola Albricias



En en época de Fiesta Mayor aquí en la Vila de Gracia, qué mejor que una buena merendola a la sombra de una parra. En Albricias, claro.

Tapas caseras a precios irrisorios.

Música en lata.

Bebidas varias.

martes, agosto 07, 2007

Un libro como el Opio de Cocteau merece, por lo menos, una breve reflexión sobre el tiempo.

El tiempo que el drogadicto comprime para exprimir. Pues si bien en la vida todo caduca en cuanto lo tocamos, siempre montados en el expreso de la muerte del que hablará también nuestro Cocteau, es verdad que el adicto demuestra valor acelerando este expreso y reduciendo los meses en días, los días, en horas, y las horas en pequeños rituales estupefacientes de una duración incierta.
Alguna gente cree que el drogata olvida. Esto, evidentemente, es un error. No olvida sino que, al accederse a la realidad de forma diferente, también sus restos son almacenados diferentemente. Lo que le queda de ella es quizás más difuso, pero su mella es más profunda, más profunda la cicatriz que la realidad y lo cometido dejan siempre en la mente del drogadicto.

El tiempo que le envuelve es casi líquido. Si bien es cierto que al adicto los límites le apremian más, le son más inevitables pues están más cerca de la muerte/nada, también lo es que juega con ventaja, pues posee el don de parar el tiempo cuando más y mejor le convenga. Este don, fuente de todas las envidias y los odios despertados por los drogadictos a lo largo del tiempo y el espacio, viene acompañando a la adicción misma, es el premio para los que renuncian a la libertad, por otro lado muy sobrevalorada, y se dejan mecer en la dulce marea del tiempo líquido.

Opio. Diario de una desintoxicación. Jean Cocteau


El decir a un fumador en estado continuo de euforia que se está degradando equivale a decirle a un pedazo de mármol que está siendo deteriorado por Miguel Ángel, a un pedazo de tela que está siendo manchado por Rafael, a una hoja de papel que está siendo emborronada por Shakespere o al silencio que está siendo interrumpido por Bach.