jueves, agosto 31, 2006

Vamos por partes: Muerte de Anselmo

Entre los escalones quinto y séptimo de una fría escalera de caracol encontró Anselmo Delgado la muerte, una mañana tonta y tan fría como la escalera misma que se levantaba sobre la ciudad de Barcelona. En aquel tejado ya solo quedaban algunas palomas que revoloteaban sobre el cadáver y los charcos verdosos recuerdo de la lluvia del último martes. Le parecía a Anselmo cuando vivía que todos los Martes debía de llover en esa ciudad extraña, que las nubes iban acompasadas al ritmo de los días y que, por ley, los Jueves eran soleados rompiendo así las semanas con inocente alegría y calorcito.
Volvamos, pues, a cuando Anselmo estaba coleando todavía.
Un martes lluvioso se despertaba con él. Era Noviembre, mediados. La costumbre de empezar el día a las ocho se le había quedado incrustada entre ceja y ceja después de cuarenta y siete años trabajando en las imprentas Solàs e Hijos S.L., así que llevaba casi un mes sin trabajar y ahí estaba, poniéndose los zapatos y repeinándose los cuatro pelos que quedaban en pie, oyendo el desagüe del tejado bajando lleno hasta los topes, el agua ruidosa repicando encima del techo y después un hierro, suelto por el viento seguramente, golpeando la pared lateral que daba a la calle. Decició, claro, subir a echar una ojeada.

1 comentario:

sagui dijo...

di que sí...alegría!
Sigue por ese camino.Es el tuyo.Algún día podré presumir de haberte leído antes.