jueves, enero 18, 2007

Reflexiones de un ocioso...

De encuentros y desencuentros sabe mucho la gente que se sienta en los bancos a ver pasar las mañanas, del ir y venir de las personas y los momentos, de la fragilidad de eso que llamamos rutina, del azar y de la irresistible corriente que parece que arrastra a los que se empeñan en nadar en alguna dirección. Por ejemplo, un banco apostado en una pequeña plaza delante de un edifico de oficinas, a las ocho de la mañana un hombre vestido con uno de esos trajes informales que podrían hacer parecer pobre hasta al más vil de entre los millonarios entra por la puerta principal. Después, a eso de la una, sale por la misma puerta con el mismo traje barato. Un observador avezado, alguien que haya aprovechado bien las horas de estudio de la condición humana que solo un banco en la calle puede proporcionar, sería capaz de ver la profunda marca que sólo esas horas de encierro han dejado encima de otras muchas marcas que otras muchas mañanas encerrado han dejado. La energía de mentira que parecía recubrir al joven a primera hora se ha diluido ya y se ha escurrido en un proceso apenas perceptible a través de sus pantalones de tela azul. Los informes y las hojas de pedido, las conversaciones con sus compañeros, las visitas del mensajero, todo, absolutamente todo, se ha encargado de llevarse alguna parte del pastel de vida que el joven oficinista ha dejado descubierto, a la vista de todos, a cambio de un salario que nunca es suficiente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy entretenido sentarte en un banco y observar a la gente, como va vestida, que tipo de vida lleva, si estan tristes o felices.

sagui dijo...

Te has ido sin felicitarme...mal migo...buaaaaaaaaaaa!

Anónimo dijo...

Colega...¿se te ha roto el hueso de escribir o qué?¿cómo puedes ser tan perro/vago?Se supone que tú tienes que mantenerme en mi vejez, así que ya estás escribiendo el novelón del siglo.Joder ya.