Dícese que en otro tiempo un hombre concertó un pacto de amistad con un sátiro. Llegó el invierno y con él el frío; el hombre arrimaba las manos a la boca y soplaba en ellas. Preguntóle el sátiro por qué lo hacía. Repuso que se calentaba la mano a causa del frío.
Sirviéronse luego de comer y los alimentos estaban muy calientes, y el hombre, cogiéndolos a trocitos, los acercaba a la boca y soplaba en ellos. Preguntóle otra vez el sátiro por qué lo hacia. Contestó que enfriaba la comida porque estaba muy caliente.
-¡Pues escucha-exclamó el sátiro, renuncio a tu amistad porque lo mismo soplas con la boca lo que está frío que lo que está caliente!
miércoles, noviembre 07, 2007
domingo, noviembre 04, 2007
Triste
Siempre llega un momento en el que hay que hacer daño, a alguien y a ti mismo, para que el futuro no sea, al menos, completamente negro.
Las paredes se hacen más estrechas y los techos más bajos. Todas las habitaciones encogen y allí donde te habías sentido cómodo, ahora no puedes ni estar sin agacharte o meter barriga.
Las miradas se hacen largas e insoportables y al final te acostumbras a mirar siempre al suelo.
Los ruidos suenan todos igual y no distingues una conversación de una señal de STOP.
Las calles te parecen largas, y sucias, y grises.
Los pequeños brotes de hierba asomando por entre las grietas del cemento te repugnan.
Estoy muy mal... Sonrío
porque el desprecio del dolor me asiste,
porque aún miro lo bello en torno mío,
y... por lo triste que es el estar triste.
Pero ya la fontana
del sentimiento mana
tan lenta y sileciosa, que su canto,
sonoro otrora como risa, es llanto.
Antonio Machado
Dolientes madrigales
Las paredes se hacen más estrechas y los techos más bajos. Todas las habitaciones encogen y allí donde te habías sentido cómodo, ahora no puedes ni estar sin agacharte o meter barriga.
Las miradas se hacen largas e insoportables y al final te acostumbras a mirar siempre al suelo.
Los ruidos suenan todos igual y no distingues una conversación de una señal de STOP.
Las calles te parecen largas, y sucias, y grises.
Los pequeños brotes de hierba asomando por entre las grietas del cemento te repugnan.
Estoy muy mal... Sonrío
porque el desprecio del dolor me asiste,
porque aún miro lo bello en torno mío,
y... por lo triste que es el estar triste.
Pero ya la fontana
del sentimiento mana
tan lenta y sileciosa, que su canto,
sonoro otrora como risa, es llanto.
Antonio Machado
Dolientes madrigales
lunes, septiembre 17, 2007
martes, agosto 28, 2007
Fragmento de "Trópico de Capricornio", de Henry Miller
Laura, la ninfómana, baila la rumba, con el sexo exfoliado y retorcido como la cola de una vaca.
La danza del sábado por la noche, la danza de melones que se pudren el cubo de la basura, de moco verde fresco y ungüentos viscosos para las partes tiernas. La danza de las máquinas tragaperras y los monstruos que las inventan. La danza de los revólveres y los cabrones que los usan. La danza de la cachiporra y los capullos que golpean sesos hasta convertirlos en un pulpo de pólipo. La danza del mundo del magneto, la bujía que no hace chispa, el suave zumbido del mecanismo perfecto, la carrera de velocidad en una plataforma giratoria, el dólar a la par y los bosques muertos y mutilados. El sábado por la noche de la danza vacía del alma, en la que cada bailarín que brinca es una unidad funcional en el baile de San Vito del sueño de la tiña.
Laura, la ninfómana, esgrimiendo su vagina, con los dulces labios de pétalo de rosa dentados con garras de rodamiento de bolas y culo como una articulación de rótula. Centímetro a centímetro, milímetro a milímetro empujan por la pista el cadáver copulador. Y después, ¿zas!. Como si desconectaran un conmutador, cesa la música de repente y con la interrupción los bailarines se separan, con los brazos y las piernas intactos, como hojas de té que bajan al fondo de la taza.
La danza del sábado por la noche, la danza de melones que se pudren el cubo de la basura, de moco verde fresco y ungüentos viscosos para las partes tiernas. La danza de las máquinas tragaperras y los monstruos que las inventan. La danza de los revólveres y los cabrones que los usan. La danza de la cachiporra y los capullos que golpean sesos hasta convertirlos en un pulpo de pólipo. La danza del mundo del magneto, la bujía que no hace chispa, el suave zumbido del mecanismo perfecto, la carrera de velocidad en una plataforma giratoria, el dólar a la par y los bosques muertos y mutilados. El sábado por la noche de la danza vacía del alma, en la que cada bailarín que brinca es una unidad funcional en el baile de San Vito del sueño de la tiña.
Laura, la ninfómana, esgrimiendo su vagina, con los dulces labios de pétalo de rosa dentados con garras de rodamiento de bolas y culo como una articulación de rótula. Centímetro a centímetro, milímetro a milímetro empujan por la pista el cadáver copulador. Y después, ¿zas!. Como si desconectaran un conmutador, cesa la música de repente y con la interrupción los bailarines se separan, con los brazos y las piernas intactos, como hojas de té que bajan al fondo de la taza.
martes, agosto 14, 2007
Merendola Albricias
martes, agosto 07, 2007
Un libro como el Opio de Cocteau merece, por lo menos, una breve reflexión sobre el tiempo.
El tiempo que el drogadicto comprime para exprimir. Pues si bien en la vida todo caduca en cuanto lo tocamos, siempre montados en el expreso de la muerte del que hablará también nuestro Cocteau, es verdad que el adicto demuestra valor acelerando este expreso y reduciendo los meses en días, los días, en horas, y las horas en pequeños rituales estupefacientes de una duración incierta.
Alguna gente cree que el drogata olvida. Esto, evidentemente, es un error. No olvida sino que, al accederse a la realidad de forma diferente, también sus restos son almacenados diferentemente. Lo que le queda de ella es quizás más difuso, pero su mella es más profunda, más profunda la cicatriz que la realidad y lo cometido dejan siempre en la mente del drogadicto.
El tiempo que le envuelve es casi líquido. Si bien es cierto que al adicto los límites le apremian más, le son más inevitables pues están más cerca de la muerte/nada, también lo es que juega con ventaja, pues posee el don de parar el tiempo cuando más y mejor le convenga. Este don, fuente de todas las envidias y los odios despertados por los drogadictos a lo largo del tiempo y el espacio, viene acompañando a la adicción misma, es el premio para los que renuncian a la libertad, por otro lado muy sobrevalorada, y se dejan mecer en la dulce marea del tiempo líquido.
Alguna gente cree que el drogata olvida. Esto, evidentemente, es un error. No olvida sino que, al accederse a la realidad de forma diferente, también sus restos son almacenados diferentemente. Lo que le queda de ella es quizás más difuso, pero su mella es más profunda, más profunda la cicatriz que la realidad y lo cometido dejan siempre en la mente del drogadicto.
El tiempo que le envuelve es casi líquido. Si bien es cierto que al adicto los límites le apremian más, le son más inevitables pues están más cerca de la muerte/nada, también lo es que juega con ventaja, pues posee el don de parar el tiempo cuando más y mejor le convenga. Este don, fuente de todas las envidias y los odios despertados por los drogadictos a lo largo del tiempo y el espacio, viene acompañando a la adicción misma, es el premio para los que renuncian a la libertad, por otro lado muy sobrevalorada, y se dejan mecer en la dulce marea del tiempo líquido.
Opio. Diario de una desintoxicación. Jean Cocteau
El decir a un fumador en estado continuo de euforia que se está degradando equivale a decirle a un pedazo de mármol que está siendo deteriorado por Miguel Ángel, a un pedazo de tela que está siendo manchado por Rafael, a una hoja de papel que está siendo emborronada por Shakespere o al silencio que está siendo interrumpido por Bach.
jueves, julio 26, 2007
Roberto Arlt "Los siete locos"
Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso...Será la poda del árbol humano... una vendimia que sólo ellos, los millonarios, con la ciencia a su servicio, podrán realizar. Los dioses, asqueados de la realidad, perdida toda ilusión en la ciencia como factor de felicidad, rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos, distribuirán las pestes fulminantes... Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores se concretará a destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi... y sólo un resto, un pequeño resto, será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)